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10 ENE 2021

A 40 años de la Copa de Oro, un título único

Nuevo informe de AHIFU: la conquista de Uruguay del 10 de enero de 1981

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En la misma noche del 10 de enero de 1981 la edición especial de El Diario de Montevideo inundó las calles de la capital del país. El pueblo en fiesta que eligió, como siempre, la principal avenida de la ciudad –la 18 de julio-, sacó rápidamente de las manos de los canillitas que voceaban hasta agotar la publicación extra.

 

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La Copa de Oro de campeones mundial generó una enorme repercusión internacional por la calidad de los jugadores de los seis países que participaron del torneo. La entonces tradicional revista argentina El Gráfico reflejó en su portada el final de la fiesta con el trofeo en manos del capitán de Uruguay, Rodolfo Rodríguez. Junto a él Jorge Barrios y en los ángulos de abajo se observa la cara de alegría de Ruben Paz y Víctor Diogo.

 

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La portada del suplemento deportivo del matutino El Día refleja en la escenografía de la multitud que agotó las entradas del Estadio Centenario, mientras “una nube de fotógrafos”, como se decía entonces, eternizaron el extenso abrazo del capitán Rodolfo Rodríguez y el director técnico Roque Gastón Máspoli, campeón del mundo en 1950.

 

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El pueblo uruguayo disfrutó el triunfo deportivo. Como siempre evadió el cauce de la formalidad inundando la cancha de aficionados, mientras los campeones de la Copa de Oro de campeones mundiales ofrecían el triunfo a las tribunas repletas con la clásica vuelta olímpica.

 

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El gol título. Waldemar Victorino, agachándose, ya cabeceó la pelota que besa las mallas. El perfecto centro de Venancio Ramos desde la derecha no pudo ser conectado en el primer palo por Ariel Krasouski. Tampoco por los zagueros Oscar y Luizinho. El golero Joao Leite, sin consuelo, mira la pelota.

 

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Cuarenta años después, la Copa de Oro 1980 no es solo un capítulo estadístico, ni una curiosidad histórica por haber sido el único campeonato de campeones mundiales: es un recuerdo que todavía emociona a sus protagonistas y a quienes desde la tribuna vivieron 12 mágicos días en el verano uruguayo.

 

Uruguay alcanzó entonces una memorable conquista ante los mejores seleccionados y futbolistas del mundo, que despertó grandes expresiones de alegría en todo el país luego de años de silencio en duros tiempos.

 

La propia Copa de Oro, Mundialito como lo llamaron muchos, significó un acontecimiento inusual y trascendente. El apoyo de la FIFA a la idea uruguaya de celebrar los 50 años de la Copa del Mundo de 1930 permitió que llegaran las principales selecciones del planeta, con los mejores futbolistas. Estuvieron todos los seleccionados que hasta entonces habían sido campeones del mundo: Italia, Alemania, Brasil y Argentina, además de Uruguay, por supuesto. Solo faltó Inglaterra, que argumentó problemas de agenda. En su lugar se invitó a Holanda, subcampeón mundial en 1974 y 1978.

 

La realización durante el verano europeo de la Eurocopa 1980 y de los Juegos Olímpicos de Moscú obligó a postergar el festejo desde julio hasta fin de año y comienzo del siguiente. Los participantes se dividieron en dos series (Uruguay, Italia y Holanda por un lado; Argentina, Alemania y Brasil por el otro), que jugaron entre el 30 de diciembre de 1980 y el 10 de enero de 1981. Todos los partidos tuvieron lugar en el Estadio Centenario.

 

La lista de los cracks extranjeros que llegaron a Montevideo es digna de asombro. Argentina, por ejemplo, reunió por primera vez a Mario Kempes, figura del Mundial 78, con el ascendente astro Diego Maradona. También vinieron Fillol, Olguín, Passarella, Tarantini, Ardiles, Bertoni, Ramón Díaz, Luque, Gallego… Alemania trajo a casi todos los campeones europeos del 80, encabezados por Karl Rummenigge - Balón de Oro ese año-, y con figuras de la talla del golero Schumacher, Bonhof, Briegel, Hans Muller, Alofs, Hrubresch. Italia, a casi todos los futuros campeones mundiales de 1982: Cabrini, Tardelli, Scirea, Antognoni, Graziani, Conti, Altobelli, Baresi, Gentile… En Brasil brillaron Sócrates, Junior, Toninho Cerezo, Oscar, Edinho, Batista, Zico, Tita, Serginho, Paulo Isidoro, Eder. Holanda ya había comenzado a renovar su equipo con el golero Van Breukelen, Metgod, Peters, Vermeulen, respaldados por los célebres mellizos Willy y René Van de Kerkhof, con importantes actuaciones en el Mundial argentino.

 

Durante toda la temporada 1980 la actividad interna del fútbol uruguayo giró en torno de la Copa de Oro. El Estadio Centenario se cerró luego del clásico de la segunda rueda del Campeonato Uruguayo, el 7 de setiembre, para su refacción más completa desde que en 1956 se habilitaron los tramos superiores de las tribunas Amsterdam y Colombes. Se cambió todo el piso de la cancha, se modernizó el sistema de iluminación, se colocó un tablero electrónico sobre la Colombes, se adecuaron las instalaciones de prensa y se le dio un lavado de cara general a tribunas y exteriores. Sobre fin de año se probaron las nuevas luces, despertando el asombro de los vecinos del Parque Batlle por su potencia. Al mismo tiempo, se mejoraron algunos locales de concentración y entrenamiento para ponerlos a disposición de los visitantes.

 

Mientras tanto, la Selección trabajó prácticamente todo el año. Con Roque Máspoli como técnico y Jorge Trigo como preparador físico, se realizó en marzo una gira por Europa para enfrentar a Italia, Bélgica, Yugoslavia y Luxemburgo. Salvo este último encuentro, todas fueron derrotas. Pero quedaba tiempo para solucionarlo y Máspoli tomó nota de la experiencia.

 

Después se realizaron diversos amistosos, sobre todo ante clubes, en los cuales se probaron numerosos jugadores, pues no se pudo contar con los hombres de Nacional y Defensor, que estaban disputando la Copa Libertadores. 

 

Pese a que se manejó la posibilidad de traer algunas figuras que actuaban en clubes extranjeros, predominó el criterio de convocar solamente a jugadores del medio. La mala experiencia del Mundial de Alemania 74 estaba demasiado fresca. Claro que el técnico podía elegir de una lista de futbolistas del medio declarados intransferibles. Si bien alguno “escapó” de esa nómina y se fue al exterior, cuando Gremio de Porto Alegre contrató a Hugo de León quedó establecido que solo se incorporaría luego de la Copa de Oro.

 

El 6 de agosto culminó la Libertadores 1980 con el título de Nacional, el primero para el fútbol uruguayo desde 1971. Ese triunfo dio alas a la expectativa por la suerte de la Selección y al mismo tiempo convirtió al tricolor en la base del combinado celeste. Sus jugadores se incorporaron para el amistoso con Brasil en Fortaleza. Se perdió 1-0, pero se avanzó en la definición del equipo.

 

Luego de una etapa de acondicionamiento físico en La Paloma, en las últimas semanas del año se realizaron nuevos amistosos. Y los resultados reflejaron una notoria evolución: 6 a 0 a Finlandia, 5 a 0 a Bolivia, 4 a 0 a Suiza. Para esperar el torneo, el plantel se concentró en la Hostería del Parque, en San José y a muchos kilómetros del alboroto de una Montevideo en furor por el Mundialito. Los días de partido se viajaba con tiempo a la capital y se almorzaba en Los Céspedes.

 

El reglamento del certamen estableció que los participantes debían limitar sus planteles a 18 futbolistas. Estos fueron los uruguayos: Rodolfo Rodríguez (Nacional), Walter Olivera (Peñarol), Hugo De León (Nacional, ya transferido a Gremio de Brasil), Víctor Diogo (Peñarol), Ariel Krasouski (Wanderers), Daniel Martínez (Danubio), Venancio Ramos (Peñarol), Eduardo De la Peña (Nacional), Waldemar Victorino (Nacional), Ruben Paz (Peñarol), Julio César Morales (Nacional), Fernando Alvez (Peñarol), Nelson Marcenaro (Peñarol), José Moreira (Nacional), Jorge Barrios (Wanderers), Arcenio Luzardo (Nacional), Ernesto Vargas (Peñarol) y Jorge Siviero (Sud América). Hubo tres jugadores que compartieron toda la preparación pero salieron del grupo a última hora: Carlos Goyén (River), Domingo Cáceres (Peñarol) y Nelson Agresta (Nacional).

 

El penúltimo día de 1980 se inauguró la Copa de Oro con el partido Uruguay-Holanda. Los celestes mostraron por fin su cara. Un triángulo final seguro, con hombres de gran personalidad: Rodolfo Rodríguez, Walter Olivera y Hugo de León. Dos marcadores de punta con vocación ofensiva, José Moreira por la derecha y Daniel Martínez por la izquierda. Un mediocampista central de control defensivo (Ariel Krasouski), otro tanto de cobertura como de creación (Eduardo de la Pena) y un tercero decididamente ofensivo (Ruben Paz). Un puntero derecho hábil, veloz, como Venancio Ramos. Un centrodelantero con variedad de virtudes pero sobre todo gran sentido de la oportunidad, Waldemar Victorino. Y un puntero izquierdo de calidad y temible remate, que se tiraba atrás para el armado, Julio César Morales. 

 

Olivera y sobre todo Morales aportaban la experiencia a una formación joven (23,72 años de promedio, el más bajo del torneo). Y que además reflejaba un momento trascendente de los seleccionados juveniles uruguayos. Rodríguez, Alvez, De León, Diogo, Moreira, Krasouski, Daniel Martínez, Luzardo, Vargas, Barrios, Ramos y Paz habían sido campeones sudamericanos de la categoría entre 1975 y 1979 celebrados en Perú, Venezuela, Montevideo y Cannes. ¡Doce juveniles del proceso formativo iniciado con Walter Brienza y continuado por Raúl Bentancor y el Prof. Gesto en un plantel de dieciocho futbolistas!

 

Ese equipo salió a definir rápido el encuentro inaugural. Ramos, aprovechando con su velocidad un rebote, y Victorino, mediante una palomita, lograron los dos goles ya en el primer tiempo frente a los holandeses, subcampeones mundiales vigentes pero con un equipo que ya había empezado a desarmarse.

 

Italia, el 3 de enero de 1981, representaba un adversario más complicado. Había sido cuarto en el Mundial 78, pero mantenía la estructura, que de la mano del entrenador Enzo Bearzot seguiría hasta conquistar la siguiente Copa del Mundo en España 1982. Con su estricta, pegajosa marca al hombre, lograron cercar a los delanteros celestes durante buena parte del partido, que tuvo un trámite áspero. Hubo incluso expulsiones: los italianos Cabrini y Tardelli, el uruguayo Moreira. Finalmente, ya avanzado el segundo tiempo, Martínez fue derribado en el área. Morales convirtió el penal, que puso a Uruguay en ventaja. Poco después, una soberbia definición de Victorino liquidó el pleito. Uruguay ya era finalista.

 

Mientras tanto, en la otra serie, la definición echaba chispas. Pocas horas después del brindis de año nuevo, Argentina le dio vuelta el partido a Alemania sobre el final. Luego, brasileños y argentinos no fueron más allá del 1 a 1, con una pequeña gresca entre futbolistas al terminar. Todo se resolvía en el último partido: Brasil debía vencer a Alemania por más de dos goles de diferencia para pasar a la final. Los alemanes, ya eliminados y sin estímulos para mantener la concentración, se vieron superados al final por 4-1.

 

Apenas concluyó este encuentro ya se formaron colas frente a las boleterías del Estadio Centenario, buscando las pocas entradas que quedaban disponibles para la final del sábado 10. Por esas horas sobrevoló el recuerdo de Maracaná 1950. Aquella vez Uruguay había arruinado la fiesta que los brasileños habían organizado con tanta vocación de grandeza como ilusión. Más de un futbolista de la verdeamarilla pronosticó que entonces sería al revés. Brasil estaba iniciado un proceso de retorno a sus fuentes con Telé Santana como entrenador.  Después de algunos altibajos iniciales, a partir de 1981 se consolidó como un conjunto de gran estilo y a la vez contundencia. Se puede decir que en aquella Copa de Oro nació el Brasil de España 82, acaso la mejor de sus selecciones que no pudo alcanzar el título máximo. 

 

El puntapié inicial del encuentro lo cumplió Ernesto Mascheroni, el único titular que sobrevivía del equipo campeón en 1930 y que representaba el vínculo con los pioneros que inauguraron el Estadio Centenario y toda la historia de la Copa del Mundo medio siglo antes.

    

Uruguay salió aquella tarde con un cambio en la formación titular, Víctor Diogo por el suspendido Moreira. Y al rato debió hacer otro: se lesionó De la Peña, por lo cual ingresó Jorge Barrios. Y fue este, todavía juvenil por su edad, quien rompió el cero poco después de iniciado el segundo tiempo. Paz se metió el área con la pelota, la defensa brasileña despejó a medias y “Chifle”, que venía corriendo por el medio, tomó el rebote y lo metió junto a un palo. Y siguió corriendo en un festejo emocionado.

 

Sin embargo, Brasil alcanzó el empate, a través de un penal ejecutado por Sócrates. El guión de la final seguía al del Maracanazo, pero a la inversa, según el augurio tan sombrío: un gol del dueño de casa recién comenzado el segundo tiempo, luego el empate del visitante... ¿Que seguía?

 

Pero la gesta del 50 es única y no admite ni siquiera una versión en negativo. Faltando diez minutos, Uruguay tuvo un tiro libre desde el costado izquierdo del área penal brasileña. Lo ejecutó Ramos, a media altura. La pelota pasó entre los muchos que la esperaban frente al área chica para encontrarse con Victorino, del otro lado. El cabezazo al suelo y a la red del 9 definió todo. Como había resuelto la final de la Libertadores, cinco meses antes contra el Inter de Porto Alegre, como lo haría un mes después en la final de la Intercontinental ante Nottingham Forest de Inglaterra en Japón.

 

El pitazo final del árbitro austríaco Erich Linemayer marcó una explosión de alegría como hacía mucho no se veía. La Selección tuvo un regreso triunfal a San José, donde toda la ciudad la esperaba. En Montevideo hubo festejos por las calles, especialmente por 18 de Julio, lo mismo que en casi todas las localidades del interior. Uruguay era campeón de campeones mundiales, un título inédito, que además alentaba la esperanza del regreso al primer plano perdido. En la cresta de esa ola, Nacional fue a Japón en febrero y se consagró campeón mundial de clubes. Para mejor, la Copa de Oro resultó un éxito económico que por algún tiempo permitió solucionar los habituales problemas de los clubes.

 

La euforia, sin embargo, se apagó de golpe. En el posterior mes de setiembre, Uruguay resultó eliminado por Perú del Mundial de España. Los sueños de grandeza volvieron a quedar archivados. Sin embargo, la década de 1980 terminó resultando muy positiva para el fútbol uruguayo. Con varios campeones de la Copa de Oro, Peñarol ganó la Libertadores y la Intercontinental de 1982. Un año después, la Celeste conquistaba la Copa América en Salvador de Bahía. Y siempre con ese impulso, se llegó al Mundial de México 1986. Más tarde Peñarol y luego Nacional volvieron a ganar la Libertadores y los tricolores sumaron otra Intercontinental. La Copa de Oro no fue la flor de un día. Y todavía hoy sigue siendo el único Mundial de Campeones Mundiales, con un único vencedor registrado.

 

 

 

Informe realizado por la Asociación de Historiadores e Investigadores del Fútbol Uruguayo (AHIFU). Autor: Luis Prats / www.ahifu.uy

 

*Todo el contenido del presente informe, de investigación, interpretación y redacción de AHIFU, queda bajo la responsabilidad de su autoría.